Reflexiones dominicales (I)
1 - Sobre estas reflexiones
Las razones del experimento
¿Por qué escribir unas reflexiones dominicales? En realidad se trata de un experimento. Un experimento literario bien simple: escribir lo que sea, sin buscar un gran planteamiento, sin esperar indefinidamente a la musa redentora, y ver qué sale. No se trata de un intento a la desesperada, pues hay una idea (o quizá una excusa) de fondo:
Creo que el escritor es, en gran medida, un aprovechado, y de lo que se trata es de aprovecharse
Me explico:
La literatura, como arte, busca un efecto estético. Si a veces logra ese efecto, es mi opinión que la mayor parte del mérito no es del artista, sino más bien de una cantidad de artistas que fueron inventando el idioma. Creo, en definitiva, que el lenguaje tiene en sí mismo cierta tendencia a la literatura, y que el escritor sólo tiene que dejar que las palabras se ordenen por si solas, y estar atento al hallazgo. Naturalmente, tengo mis razones para creerlo:
1 - A veces me pasa, cuando me pongo a escribir
2 - A veces me pasa, cuando no me pongo a escribir: con cierta frecuencia, uno puede hallar calidad literaria en una frase oída y seguramente dicha al azar, o en un error de imprenta, o en una lectura descuidada
3 - Tengo una fe ciega e insensata en esta capacidad del lenguaje; sé que esta no es una razón muy razonable, pero, para qué engañarme, es la más importante
El desarrollo del experimento
Se trata, pues, de escribir, y para facilitar la tarea tengo que elegir un tema. No perderé el tiempo buscando algo genial, pues esta búsqueda, ya se sabe, puede durar años. No conviene una demora tan larga, dada la naturaleza experimental, y por lo tanto provisional, de lo que voy a escribir. Necesito un tema cualquiera, con el único requisito de que me permita escribir lo suficiente para obtener unos resultados significativos. Como no tengo ni idea de cuánto ha de ser suficiente, elegiré un tema que me permita escribir mucho. No se me ocurre nada mejor que tratar de dar forma a algunas de esas ideas que rondan la mente en una tarde ociosa de domingo.
El resto es simple:
Ir escribiendo, cada domingo, una serie de reflexiones.
Exponerlas al público acompañadas del consabido castañeo de dientes y consumo de uñas propias.
Esperar las críticas, que serán los datos del experimento. Consumir abundante tila.
Finalizar el experimento cuando la gente se aburra.
2 - Sobre la muerte de Juan Pablo II
La noticia ha afectado a mucha gente de formas muy diversas. A mí mayormente me ha planteado dudas.
Primera duda: ¿Cómo debería sentirme? Según los periodistas iban aportando datos nuevos acerca de la agonía de un hombre, mi ánimo no se decidía entre la pena y la indiferencia. La indiferencia ante la muerte de un semejante es algo duro de asumir, pero no deja de ser necesaria: muere demasiada gente.
Segunda duda: ¿Quién fue este hombre, del que nos dijeron hace algunos días que se estaba muriendo, y luego nos dijeron que se había muerto? ¿Hombre? ¿Fue una persona, o un personaje? Recuerdo que Borges tenía un problema análogo, sólo que el suyo era un problema de tigres, no de papas. En un poema, hablaba de un tigre que, por el mero hecho de mencionarlo no podía ser ese tigre que, por el mero hecho de mencionarlo no podía ser el tigre real que diezmaba, creo, manadas de búfalos. Yo no sé si el papa que veo por la televisión puede ser ese otro papa que es un ser real, por el mero hecho de verle por la televisión. Unos dicen que fue un gran hombre, otros que fue un hombre retrógrado, pero quizá fue sólo una coreografía, una construcción de sabe Dios (en este caso, con más razón lo sabe) qué creadores de imágenes. Y del hombre real, aquel que (dicen) ha muerto, quizá no sepamos nada.
Si ha muerto un personaje, la primera cuestión es otra muy distinta. Naturalmente, el hecho me afectará más o menos, según la pericia de los que han construido la ficción.
3 - La estética difusa
Hay libros que me llegan de rebote, y quizá no me estén destinados en absoluto. Los caminos de la literatura son inescrutables, dicen. En este caso ni siquiera se trata de literatura, o al menos es dudoso que se trate de literatura. Es la Historia de la estética de un tal Sergio Givone: un libro que apenas me sirvió para una asignatura universitaria que ni siquiera tenía nada que ver con lo que estudio. Se trata de un manual denso e indescifrable para mí. Apenas me he atrevido con el primer capítulo, y sin embargo he vuelto una y otra vez a hojear el libro, y todo por una idea que me ha resultado atrayente y me ha dado que pensar: el autor relaciona lo que llama estética difusa (la creciente estetización de la vida, la sociedad del espectáculo y la imagen) con la crisis del arte, y con la idea romántica de que lo bello es de alguna manera equivalente a la verdad. Nuestra sociedad sería el resultado del ideal romántico dado la vuelta, es decir, algo así como la cara oculta del ideal: si para los románticos la belleza podía exponer de alguna manera la verdad, para nosotros directamente es garantía de verdad: creemos aquello que nos presentan estéticamente. En realidad, la estética acaba sustituyendo a la verdad.
Una idea inquietante, sin duda. Perversa, pero también inquietante. Si llevamos esta estetización de la vida a sus últimas consecuencias, acabaremos en una bellocracia. Algunos tenemos razones para temer una bellocracia.
Las razones del experimento
¿Por qué escribir unas reflexiones dominicales? En realidad se trata de un experimento. Un experimento literario bien simple: escribir lo que sea, sin buscar un gran planteamiento, sin esperar indefinidamente a la musa redentora, y ver qué sale. No se trata de un intento a la desesperada, pues hay una idea (o quizá una excusa) de fondo:
Creo que el escritor es, en gran medida, un aprovechado, y de lo que se trata es de aprovecharse
Me explico:
La literatura, como arte, busca un efecto estético. Si a veces logra ese efecto, es mi opinión que la mayor parte del mérito no es del artista, sino más bien de una cantidad de artistas que fueron inventando el idioma. Creo, en definitiva, que el lenguaje tiene en sí mismo cierta tendencia a la literatura, y que el escritor sólo tiene que dejar que las palabras se ordenen por si solas, y estar atento al hallazgo. Naturalmente, tengo mis razones para creerlo:
1 - A veces me pasa, cuando me pongo a escribir
2 - A veces me pasa, cuando no me pongo a escribir: con cierta frecuencia, uno puede hallar calidad literaria en una frase oída y seguramente dicha al azar, o en un error de imprenta, o en una lectura descuidada
3 - Tengo una fe ciega e insensata en esta capacidad del lenguaje; sé que esta no es una razón muy razonable, pero, para qué engañarme, es la más importante
El desarrollo del experimento
Se trata, pues, de escribir, y para facilitar la tarea tengo que elegir un tema. No perderé el tiempo buscando algo genial, pues esta búsqueda, ya se sabe, puede durar años. No conviene una demora tan larga, dada la naturaleza experimental, y por lo tanto provisional, de lo que voy a escribir. Necesito un tema cualquiera, con el único requisito de que me permita escribir lo suficiente para obtener unos resultados significativos. Como no tengo ni idea de cuánto ha de ser suficiente, elegiré un tema que me permita escribir mucho. No se me ocurre nada mejor que tratar de dar forma a algunas de esas ideas que rondan la mente en una tarde ociosa de domingo.
El resto es simple:
Ir escribiendo, cada domingo, una serie de reflexiones.
Exponerlas al público acompañadas del consabido castañeo de dientes y consumo de uñas propias.
Esperar las críticas, que serán los datos del experimento. Consumir abundante tila.
Finalizar el experimento cuando la gente se aburra.
2 - Sobre la muerte de Juan Pablo II
La noticia ha afectado a mucha gente de formas muy diversas. A mí mayormente me ha planteado dudas.
Primera duda: ¿Cómo debería sentirme? Según los periodistas iban aportando datos nuevos acerca de la agonía de un hombre, mi ánimo no se decidía entre la pena y la indiferencia. La indiferencia ante la muerte de un semejante es algo duro de asumir, pero no deja de ser necesaria: muere demasiada gente.
Segunda duda: ¿Quién fue este hombre, del que nos dijeron hace algunos días que se estaba muriendo, y luego nos dijeron que se había muerto? ¿Hombre? ¿Fue una persona, o un personaje? Recuerdo que Borges tenía un problema análogo, sólo que el suyo era un problema de tigres, no de papas. En un poema, hablaba de un tigre que, por el mero hecho de mencionarlo no podía ser ese tigre que, por el mero hecho de mencionarlo no podía ser el tigre real que diezmaba, creo, manadas de búfalos. Yo no sé si el papa que veo por la televisión puede ser ese otro papa que es un ser real, por el mero hecho de verle por la televisión. Unos dicen que fue un gran hombre, otros que fue un hombre retrógrado, pero quizá fue sólo una coreografía, una construcción de sabe Dios (en este caso, con más razón lo sabe) qué creadores de imágenes. Y del hombre real, aquel que (dicen) ha muerto, quizá no sepamos nada.
Si ha muerto un personaje, la primera cuestión es otra muy distinta. Naturalmente, el hecho me afectará más o menos, según la pericia de los que han construido la ficción.
3 - La estética difusa
Hay libros que me llegan de rebote, y quizá no me estén destinados en absoluto. Los caminos de la literatura son inescrutables, dicen. En este caso ni siquiera se trata de literatura, o al menos es dudoso que se trate de literatura. Es la Historia de la estética de un tal Sergio Givone: un libro que apenas me sirvió para una asignatura universitaria que ni siquiera tenía nada que ver con lo que estudio. Se trata de un manual denso e indescifrable para mí. Apenas me he atrevido con el primer capítulo, y sin embargo he vuelto una y otra vez a hojear el libro, y todo por una idea que me ha resultado atrayente y me ha dado que pensar: el autor relaciona lo que llama estética difusa (la creciente estetización de la vida, la sociedad del espectáculo y la imagen) con la crisis del arte, y con la idea romántica de que lo bello es de alguna manera equivalente a la verdad. Nuestra sociedad sería el resultado del ideal romántico dado la vuelta, es decir, algo así como la cara oculta del ideal: si para los románticos la belleza podía exponer de alguna manera la verdad, para nosotros directamente es garantía de verdad: creemos aquello que nos presentan estéticamente. En realidad, la estética acaba sustituyendo a la verdad.
Una idea inquietante, sin duda. Perversa, pero también inquietante. Si llevamos esta estetización de la vida a sus últimas consecuencias, acabaremos en una bellocracia. Algunos tenemos razones para temer una bellocracia.
8 comentarios
Perro Callejero -
Por un momento pensé estar leyendo una nota en algún periodico de esos de papel, entiñendase El Mundo, New York Times, The Sun (no, ese no) etc. Veremos q se viene el próximo domingo, si esto parece esas series en q terminaban con "continuará".
Saludos Sr Pakito Txokolatero. (odio a King Africa)
kris -
Un beso, Sr. Pakito (de usté, que aquí hay nivel y mucho)
Goreño -
Cerro -
La parte 2 (Sobre la muerte de Juan Pablo II), podrías haberla extendido algo más, quizás, que ideas no me faltaban, pero en fin, uno más uno son veintitrés y cero y uno es un informático.
Un abrazo para mí (así, por no variar).
pokito -
(Te sales de los mapas, niño)
salud
Pablo -
Yo también temo a la bellocracia que,por desgracia, parece cada vez más asentada en nuestra sociedad. ¡Que se mueran los feos! Bueno, si nos morimos ¿Cómo van a saber los guapos que son guapos?
NOFRET -
(Bueno, también podría ser algo un poco más complejo) :P
Octavia -
Desde luego...